La música y la inteligencia social




El otro día fui a la Vila saliendo de clase. Venia de hacer un test y una pésima entrega de cálculo, que me había ido fatal. Aprovechando mi situación y para animarme un poco, fui a ver a Miquel y Joan Montana; hacer unas risas, comentar la jugada, hablar del video que grabamos ebriamente la semana antes, lo que surgiera.

Pese a llegar de pura potra exactamente a la hora que avisé el día antes que iba a aparecer, las 7:21, me encontré que no estaban en su piso, que se acababan de ir al vóley con unos amigos. Sin cortarme un pelo los intercepté y me uní a unos pachangueos en la pista de la Vila, una pista de arena en medio del campus que frecuentemente se inunda cuando llueve y luego es cemento armado durante unos días hasta que algún pringado, como nosotros, se pone a jugar. 


Pese a no estar ni la pista ni nosotros en la mejor condición física de la historia, fue un buen rato; bajo el sol, sin camiseta, gafas de Sol, saboreando el inminente verano. 

Alguna gente fue incorporándose y marchando durante el encuentro, que ganamos en un "el primero que llegue a cinco puntos" final muy controvertido. Joan se marcó tanto cagadas monumentales como tapones imposibles, Miquel fue siempre Miquel y yo me limitaba a lucir genial e intentar poner orden. Nos lanzábamos piedras, insultábamos unos a otros, gritábamos y pese a eso conseguíamos hacer alguna jugada buena entre coña y coña, en un ambiente sobre el que podría haber sonado perfectamente punk-rock adolescente rollo Green Day, Offspring o Sum 41 sin desentonar para nada con la situación.




Nos fuimos del vóley hacia su piso, comprando algunas provisiones por el camino. Comentamos la jugada, empezamos a poner algo de música y nos fuimos duchando por turnos y tranquilamente. Llegó Laura, una amiga nuestra que quizás conocéis de algunas fotos interesantes del fotoreportage de Semana 34. Un compañero de piso de Joan se fue a estudiar a la biblioteca, y como era jueves, empezaron a llegar amigas y amigas suyas con quien tenía intención de salir de fiesta más tarde.

Poco a poco, a nuestra manera, nos íbamos animando. Laura trajo comida y decidimos cocinar algo para así yo quedarme a cenar e irme antes de que cerraran los ferrocarriles. La cerveza empezaba a correr y, partiendo de la música que tenía Joan en el Spotify, empecé a poner algún tema suyo, algo mío siguiendo más o menos una misma línea y cada vez un poco más animado siguiendo el ambiente circundante. Sonaron The Strokes, sonaron Red Hot, sonaron Arctic Monkeys, sonaron The Vacinees; pese a ser todo ello música que yo no escucho normalmente pero concordaba bastante bien con el tono de principios de verano que estaba tomando la situación. Animé a Miquel y a Laura a que pusieran algo que les gustase a ello, y hablamos brevemente sobre la música que estábamos escuchando esos días.

En cierto momento, con unas cuantas canciones en la cola, estábamos tres personas comentando algo del Facebook y buscando más música entre todos; cuando uno de los amigos de Joan, en un momento de inspiración divina, cogió un momento el ordenador durante una canción de Bon Jovi, pausó el Spotify (dejando un vacío de música durante casi medio minuto), lo minimizó, abrió el Internet Explorer, buscó YouTube en el Google y tecleó, sin siquiera inmutarse, Pont Aeri Flying Free.




Me quedé patidifuso frente a lo que acababa de ocurrir. La canción empezó a sonar, Joan se lamentó en la distancia, alguien dijo algo y el energúmeno se sentó de vuelta en el sofá, orgulloso de su elección. Durante un momento dudé sobre si era una broma, o sobre si era un momento de subidón máximo y no me había enterado. Pero no era así. Más allá de la canción en sí, que yo soy capaz de poner si se dan las circunstancias para ello, ese chico acababa de cometer un asesinato, tal y como existía el ambiente, murió en ese momento.

Joan intentó redirigir la situación, moviendo la elección musical de ese individuo hacia un ambiente de coña y bromas poniendo en el Spotify la canción esa de la bola de Miley Cyrus, que ponemos en ese tipo de situaciones y él canta con gran devoción. Pero no, esa no era la intención de su amigo, que no captó la indirecta y, tras reír un momento, volvió al ordenador y tecleó una nueva genialidad: Chasis Pont Aeri. Haciendo gala de un exquisito gusto por los clichés poligoneros de los años noventa, quizás intentando parecer fiestero y con alta cultura mascachapista-musical.

Durante ese despropósito, comí rápido me despedí de todos y me fui rumbo a los ferrocarriles. Me hubiese quedado más, pero la situación en la que yo me sentía cómodo ya no existía.




Veamos, antes de perder la calma, que es lo que ha ocurrido exactamente.

Hay una situación social, con un cierto marco conceptual donde va entrando gente. Una de esas personas, una vez dentro, quizás malinterpretando esa situación o simplemente ignorándola en su totalidad, pretende imponer una propia ignorando la voluntad de todas las personas a su paso. No solo eliminando la situación anterior, sino fracasando estrepitosamente en crear la suya propia.

A partir de ese momento, así como de la forma en que se sentaron y con su lenguaje corporal, dividió el grupo en dos. Por un lado estábamos nosotros, y por un lado los amigos y amigas de Joan, ensanchando esa brecha ya amplia desde un inicio. (porque no nos conocíamos básicamente). Reflexionando sobre ello, me encuentro que no solo hizo eso, sino que también, al entrar, ese grupo se había puesto durante unos momentos a hacer cubatas sobre la mesa donde nosotros cocinábamos y tomábamos algo de cerveza.

Ellos no entraron con el ánimo que nosotros teníamos dentro, aunque ellos pretendiesen salir esa noche y nosotros no, en el momento de entrada éramos nosotros los animados. Ellos simplemente entraron, forzaron elementos externos a su ánimo (drogas y música) para forzar una situación (festiva) que evidentemente no consiguieron crear y eliminaron la nuestra.




Lo ocurrido esa aciaga noche me hace preguntar un par de cosas. 

La primera, si la gente es consciente realmente de lo que hace en sociedad, o simplemente deja ir gestos, actos y lenguaje corporal de forma completamente instintiva sin pararse a pensar nunca nada.

La segunda, si podríamos relacionar de alguna manera lo buena que es una persona poniendo música o interactuando con ella con su inteligencia social.

La respuesta a la primera está bastante clara: Sí, la gente no se entera de nada. La respuesta a la segunda es un poco más compleja.

La música actúa como canalizador de diferentes emociones o sensaciones en nuestro cerebro. Cuando suena en un ambiente social, actúa como alineador, como definidor, canalizando la situación entera. No se trata ya de gustos musicales, se trata de saber interpretar la música, de dejarse llevar por ella y de cómo define el mismo marco de comportamiento. 

Durante algún tiempo hemos estado haciendo en esta web recomendaciones musicales basadas en situaciones y también poniendo música en baretos o fiestas ligeramente clandestinas. Durante este tiempo nos hemos dado cuenta de que no es solo darle al play y poner la canción que tú deseas escuchar o lo que lleva en tu cabeza todo el día. A veces lo haces, pero son caprichos. Se trata de un ejercicio de inteligencia emocional, y de inteligencia social.

No es tan fácil como parece, al poner una canción en una lista de recomendaciones, te estas imaginando no solo como varia o como afecta o en qué momento emocional te gustaría escuchar esa canción, sino que también estas intentando interpretar como va a responder en la mente de alguna otra persona. A veces, acompañamos esas listas de una explicación, o en el caso de Judit, con una historia; en un intento de reproducir esa sensación que tienen en común las canciones en la mente del lector-oyente. Haciendo de DJ, realmente estás haciendo eso; a no ser que trabajes en una discoteca cutre y simplemente tengas que poner música como si todo el mundo estuviese puesto de coca, como suele ser la mayoría de las veces.




En el caso de que no trabajes en B_Art, no te puedes limitar a poner una lista de reproducción para una intención particular; mantener a la gente con los sentidos sobreestimulados. En el caso de una situación social, aunque con menos gente, más compleja, también debes aprender a reconducir situaciones a través de la música hacia donde tú quieres que vayan. 

Si el chico hubiese sido consciente de todo eso, y su intencion pese a todo hubiese sido la de redirigir la situación a una mas "fiestera", no habría puesto Pont Aeri de entrada, hubiese intentado hacer un giro, quizás a través del dubstep, o de algo popular como Daft Punk; entrando mas suavemente a la música electrónica. Pero eso seria pretender que el susodicho, ademas de inteligencia social, tuviese conocimientos musicales; vamos, una utopía. Podéis ver el propio contraste de la situación simplemente viendo las imágenes de este artículo. Lógicamente, eso es algo que se aprende, a medida que vas poniendo música; por eso no es bonito aceptar peticiones, porque siempre son canciones puntuales en que suenan como una buena idea en la mente del que la ha pedido porque como él la tiene en la cabeza últimamente y se la pone para ir a correr, va a hacer el mismo efecto sobre la mayoría.

Es algo que supongo se puede aprender, pero yo nunca he visto a nadie hablando de esto de forma directa, ni ningún artículo, ni nadie mencionándolo de la forma que yo lo hago. Pese a ello, hay gente magnifica poniendo música. Lo que me hace pensar que es una habilidad, casi en su totalidad, instintiva. Ciertamente yo sí puedo hablar de ello es porque también me ha salido instintivamente y luego le he buscado una explicación, así que lo mismo debe ocurrir a los demás.

El instinto con la música que ponemos en esas situaciones, ese redirigir, ese análisis de la situación, ese sentir la música, esa lectura de la sala, esa aproximación general de las personalidades de los oyentes de los que nada sabes y en realidad tienen gustos muy diferentes. Todo eso, son expresiones claras, muy claras, de inteligencia social. Toda la situación me hace recordar a las recomendaciones musicales de Cristian frente a una hoguera, que decía lo siguiente:


Acampada veraniega en el bosque, total oscuridad, una visión de la hoguera a la que acompaña el silencio, tan solo interrumpido por el sonido de las ramas quemarse; el humo del fuego se mezcla en lo más alto con el de tu cigarro y el del porro que está paseándose amablemente. Todo va genial hasta que, a un amigo borracho se le enciende la lucecita de poner música, lo que a él le apetece escuchar; y de repente, esta mágica calma es sepultada por una guitarra eléctrica tan distorsionada que cuestan distinguir las notas y una batería que abusa un doble pedal, no dejando un solo momento en el que este no suene muy deprisa. 
¡A LA HOGUERA! 
Te pido que, cuando te encuentres en esta situación, si la canción que vas a poner no está hecha para fluir con el momento, más vale que dejes a tus amigos continuar con el silencio.



Así pues, el chaval de Pont Aeri, mas allá de la trivialidad de si le gusta Bon Jovi o DjPastis y DjBuenri, no le podemos acusar de no tener gusto musical, pues eso es altamente subjetivo. No estoy diciendo que si alguien escucha música maquina tenga poca inteligencia social ni emocional, y ni mucho menos por poner un par de canciones que yo he bailado (pasadíssimo) innumerables ocasiones y hasta pedido alguna de ocasional. 

Si algo podemos decir de él, es que carece de inteligencia social pese lo que el hecho de tener amigos, emborracharse con ellos y parecer normal indique lo contrario. No por la música que escuche, sino por no saber percibir, ni cambiar ni interpretar ni siquiera detectar una situación, ademas de por querer imponer la suya sin educación alguna. Pero no creo que a nadie le sorprenda. Nadie o casi nadie sabe nada de lenguaje corporal, ni de dinámicas ni jerarquía social, ni de El Juego, pese a pasarse el día rodeado de gente y 19 días y 500 noches al año intentando ligar por Internet.




Poner una canción, o querer poner tu música cuando está sonando la de otro, no es simplemente un cambio de frecuencias; hay implícito un cambio de situación existente a una que te resulta más favorable, amigable o en consonancia con la situación que quieres crear o preservar; eso en el mejor de los casos. Pero en la mayoría de los casos solo se trata de un reflejo egoísta, o la creación de un ambiente artificial o el intento fallido de crear una situación desde la nada; en vez de construirla poco a poco, con cervezas, risas y un poco de inteligencia. Invitar a alguien a poner música es invitar a ese alguien, o a ese grupo de personas de toda la situación en general, confiándoles el mando figurado de la interacción social. En ese principio nos basamos en las primeras ediciones de las fiestas de RLG, y eso mismo me baso por ejemplo cuando quedamos con un grupo de gente que se siente algo fuera de lugar. 

Es muy importante tener inteligencia instintiva social, pero desconocer los mismos mecanismos de esta de manera consciente, también es un problema. Hace unos meses Cristian y yo quedamos con unas amigas en mi casa de Sant Feliu, y, aunque no se dieron cuenta, su negativa a poner música (que resultó ser por motivos técnicos) marcó la situación; era un gesto tanto simbólico como real, era un gesto para que se integrasen en un ambiente que les parecía algo extraño, pues no nos reunimos habitualmente y no habían estado nunca en el lugar; pero además era un gesto para que crearan la situación a su medida dondoles total libertad en su elección.

Pero es que no sabemos que poner.
¡Lo que vosotras querais! 

Intenté, de manera consciente con todo ello, usar la música como modo de aproximación, pero no fue en este caso su falta de inteligencia social instintiva el problema: fue no conocer conscientemente la importancia de la música la que consiguió exactamente lo contrario a una aproximación. Similarmente, ese chico puso Flying Free, sin saberlo, y ademas de su cagada monumental, también empujándome por su ignorancia consciente sobre la música como concepto a una situación de la que solo vi una salida aceptable: la puerta del piso.

Quizás os preguntareis, si tanto me quejo, porque no hice nada, o porque no actué. La respuesta es simple, no tenía ganas. Las ganas de hacer cualquier cosa también murieron bajo el inicio del temazo que es Flying Free. Lo único que me hubiese quedado hubiese sido una confrontación innecesaria, una reacción exagerada por algo considerado una trivialidad; ignorar una lista de reproducción y poner maquineo mientras cenas para amenizar una velada que estaba animada antes de que tú llegases.

Para mí, sería un mundo mejor si ese acto fuese mucho más condenable en un juicio justo que rebanarle la cabeza al susodicho con el machete que había encima de la mesa, justo como yo hubiese deseado en ese momento, Laura hubiese deseado, Joan hubiese deseado, Miquel hubiese deseado y yo no hice porque tengo algo de inteligencia social consciente y sé que eso está condenado en la mayoría de culturas y quizás, solo quizás, nos hubiese arruinado la noche.




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