on the road tercera parte





eran las diez de la mañana de un soleado dia a mediados de primavera.

aunque realmente, todos los días son soleados en el momento en el que sales al exterior cuando acostumbras a pasar dieciocho horas al día delante de un monitor en una pequeña habitación oscura. acababa de salir a la calle dejando las gafas de mafioso italiano encima del escritorio, donde antes solía haber mi ordenador, y el sol me estaba empezando a crujir las retinas con una agradable sensación de quemadura interna. por alguna razón se sentía como si me estuviese purificando por dentro diciendo: sí, aún estoy vivo.

las gafas no fueron la única cosa que me dejé en casa, ni la mas importante. cuando me di cuenta de la ausencia también de un totalmente imprescindible bolígrafo supe que si volvía, lo que eran literalmente los veinte metros que había andado hasta entonces, no tendría fuerzas para convencerme a mi mismo de volver a salir. no era algo que me pudiese permitir, pues este un viaje que llevaba semanas preparando, quizás, después de todo, el motivo real por el que he vuelto por unos días a la locura de los pueblos.

el principio del camino estaba bastante claro, sin complicaciones, pero no me pude resistir empezar a hacer el mongolo y tomar rutas digamos, subóptimas, que cruzaban zonas ajardinadas, parques perdidos y la roca elevada rodeada de cactus que por alguna razón hay detrás del supermercado. empecé a correr entre la hierba para pillar carrerilla y subir la ladera de la carretera esa nueva donde antes todo era campo y donde solía jugar con otros igualmente estúpidos niños y niñas cuando iba a casa de mi abuela. parecerá una tontería, pero parecía que a mi cuerpo le venía de nuevo eso de moverse con rapidez. aún después de años de correr como un demonio jugando a baloncesto (quizás porque era lo único que sabia hacer en ese deporte), fútbol o simplemente correr por la calle para ir mas rápido de un sitio a otro, habían bastado unos meses de decadencia para que el simple hecho de mover las piernas por el aire se sintiese como un acto de brujería y casi se acompañase con un deje de nostalgia y libertad.

fui recuperando el ritmo y aprendiendo a mover mi cuerpo con un mínimo de coordinación como si fuese la primera vez, pero cuando empecé a disfrutar y darme cuenta de que lo había echado de menos también me empezó a faltar el aliento y empecé a sudar bajo el abrasivo sol de mediados de abril, y eso que aún no había salido del pueblo. me dejé de romanticismos y volví a la estrategia original de ir andando por el mundo.






así empezó el viaje espiritual de ir ver el sabio de la montaña local.

la gente siempre ha hecho viajes interesantes en la cultura popular para preguntar alguna cosa relevante o transcendental al sabio de la montaña. es una idea recurrente en el mundo de las historias, como el caballero que va a rescatar a la princesa del peligroso dragón, y las historias aparecen en culturas a todo lo largo y ancho del planeta, pero también en el mundo real. muchas veces cambiamos los conceptos exactos involucrados, como por ejemplo un dragón peligroso por un rey malvado, o también podríamos cambiar preguntar alguna cosa relevante con algo como por ejemplo ir a pillar, pero la esencia es la misma. la historia se repite a lo largo de las historias, así que tengo motivos para creer que la idea subyacente esconde algo fundamental en nuestra forma de pensar y ver el mundo. quizás elevamos la gente en sitios elevados o quizás creemos que la soledad aporta serenidad o respuestas de algún tipo, y honestamente no se cual de las dos es mas absurda.

aunque la verdad, yo no tenía ninguna pregunta que hacer a nadie ni necesidad de viaje espiritual,  ni tampoco necesito mas camellos en sant feliu, únicamente me atraía la idea en general. simplemente aparecer ahí, sin mas, casi de casualidad, como si uno pasease por las cumbres borrascosas del tibet todo el camino, del puente de piedra hasta la cueva sagrada de la verdad, todas las mañanas antes del desayuno para leer el mundo deportivo. quizás también es porque la montaña no está mal del todo, hay vistas y me mantiene alejado de las masas de edificios que le rodean a uno en el corazón de barcelona ¿me entendéis?

creo que no

da igual

me sorprendió la naturalidad con la que estaba emprendiendo ese camino sin sentido hacia el oeste. no porque, quizás me haya doctorado en ese tipo de caminos, no porque me acostumbre en caminos importantes ni transcendentales; sino porque incluso el mas normal de los caminos que hacemos en nuestro día a día, como bajar a comprar a la calle, visitar a algún amigo o cualquier de las tareas mas triviales se me antoja en si mismo como un acto de naturaleza completamente surrealista, carente de significado, al lado de la inmensidad cósmica global o de la red introspectiva de pensamientos y no acciones en mi cabeza donde paso metido la mayor parte de mi tiempo. y aún mas si eso implica salir de casa de día. acostumbrado entonces a viajes sin sentido, la practica hace al maestro.

así, sin darme cuenta pasé por el lado de una pareja de mediana edad que me dio los buenos días y supe entonces que me había alejado lo suficiente de la ciudad, de cualquier ciudad.








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