[Semana 43] El corazón del sueño


Semana 43
Vida Universitaria
El corazón del sueño



BTW: Recomiendo que si leéis estos artículos los acompañéis con la música correspondiente en un intento de hacer concordar con el vuestro el espíritu del texto, pues no todo puede ser explicado mediante palabras, o si se puede, yo no sé. Esta entrada, va con JVG Junio.

No tengo un horario lo que se llamaría precisamente normal

Ya desde pequeño, siempre tenía tendencia a alargar un poco más el día, a apurar la colilla al máximo; era consciente de que el día terminaba y debía morir para dejar paso a una mañana siguiente, pero de la misma forma que ahora nos negamos a terminar la noche, entonces yo me negaba a terminar el día: ¡que sea la falta de combustible y no una decisión lo que acabe con él!

Siempre querría algo más, sabía que debía haber algo más para mí; una conversación más, de las de las dos de la mañana un domingo, un capítulo más, una partida más, una página más; quizás después de todo mi inconformismo tiene raíz en lo mismo que en lo que me hace mantenerme despierto por las noches.




Durante años, temí las horas en las que no podía dormir, no por no encontrarme a solas con mis pensamientos como a tantos otros les ocurre; sino porque me iba a dormir sin razón para ello, solo por la convención y una supuesta necesidad fisiológica no demasiado temprana para manifiestarse.

Me sentía absurdo, como un pasmarote, mirando el techo, perdiendo el tiempo.

Ante la desesperación de mis padres, decidí hacer algo al respecto en vez de resignarme a ello de por vida.

Mis hábitos de consumir horas de sueño a expensas de la mañana siguiente han ido evolucionando desde entonces; de esconderme con la luz apagada y una linterna a leer y a jugar a la Game Boy en el primer acto clandestino del que tengo memoria, he pasado por muchos estados diferentes. A mirar la tele, a hablar con chicas por el Messenger, a mirar anime, a escuchar música, montar Warhammers, jugar al Civilization IV, masturbarme, mirar documentales, etc. Actividades que hoy en día voy alternando en cuanto se me empiezan a cerrar los ojos y que disfruto con gran placer mientras me entrego al abrazo del sueño sin ninguna resistencia ni obligación.

Aunque siguiese mis propias normas, o me lo pareciese, en casa de mis padres lo seguía viviendo con un toque de rebeldía, de estar haciendo algo prohibido. Iba a dormir a las tantas de la madrugada, cosa que mis padres sospechaban, y luego recuperaba el sueño en clase una media de tres horas al día, cosa que mis padres felizmente ignoraban. No estoy hablando de excepciones, era una costumbre. Que lo viera como un acto de rebeldía tenía dos vertientes, la primera que aumentaba el atractivo de la situación en sí: ir a dormir tarde era ya en sí mismo un desafío a las normas establecidas de proporciones parecidas a no hacerse la cama. La segunda que precisamente por ello, aunque la rebeldía frente una cierta ley o sistema te aleje de él, tiene su razón de ser y por lo tanto su anclaje emocional en aquella ley o sistema que se intenta rechazar, marcándolo como dominante desde el mismo momento que se acepta como rebeldía su propia oposición.

Vamos, que aun rechazándolo, seguía anclado a ese sistema de horarios y despertadores.

Los motivos eran obvios y menos etéreos que las consecuencias de la rebeldía: debía ir a clase, era incomodo dormir en una silla, hacia básquet y también tenía la extraña costumbre de tener vida social. Pese a eso, ese distanciamiento conceptual, unido a que salir cada fin de semana hasta el amanecer, me proporcionó una cierta plasticidad horaria, a la vez que una fobia a los despertares externos.

Cuando duermes en clase, o en alguna casa ajena, o en la tuya propia a horas intempestivas, siempre hay más cosas que te despiertan de las que uno esperaría. El profesor a quien no le parece bien que te interese una mierda su clase, los padres que habitan en casa de la chica con la que te liaste o los tuyos para comprobar si llegaste vivo a tu habitación.

Cuando empecé a trabajar en la mar, todo se exageró hasta el absurdo; un empleo nocturno, de horarios variables, en el que estas durmiendo una fracción variable del tiempo en literas minúsculas con ruido de motor constante y luces cegadoras. Te despiertan cuando hay que trabajar sin forma alguna de preveer  ni cuando ni cómo; y segundos después debes estar ya perfectamente despierto y activo si no quieres caerte por la borda a un destino incierto y una vida nueva en el fondo del mar. Algo que te planteas constantemente; pues a lo mejor una vez muerto, te dejaran dormir.

Pasé dos veranos en esas condiciones, y no sé si me liberalizó o simplemente destruyó por completo mis ritmos circadianos. Lo único que sé es que, cuando llegué a la universidad, no quería que nada ni nadie me despertase.

Mi método de postergar el momento de ir a dormir se tornó de rebeldía a norma; me vi libre, empecé a preparar e incluso convertir ese momento en un ritual, excepto ocasiones en las que simplemente llegaba hecho mierda y me entregaba durante un día entero con ropa y zapatos a ese cielo de telas blancas; y nunca jamás saqué el despertador de la maleta en la que lo había empaquetado.




Después de unos ciertos desajustes y dudas iniciales, interioricé el simple concepto de irme a dormir cuando tengo sueño y despertarme cuando no quiero dormir más.

Irme a dormir y despertarme ha pasado de ser un aburrimiento y una tortura a convertirse en mi momento, mio e intransferible. Probablemente el mejor momento del día.

Mi libertad horaria me lo permitía, mi ausencia de cadenas y de alguien diciendo que haces despierto a estas horas me dejaba volar. Hice el experimento; si me quería pasar dos noches sin dormir, me las pasaba, pues no debía guardar fuerzas para ninguna obligación. Si quería dormir un día entero, no había motivo para salir de la cama. Gracias a mi nueva perspectiva radicalmente opuesta a los despojos de una sociedad colonialista, descubrí un montón de cosas sobre el funcionamiento del sistema en el que estamos inmersos.

Devolví el sueño a su estado fundamental. 

Mi percepción del tiempo cambió; los calendarios y los relojes dejaron por un instante de ser algo que rellenar, un banco con el tiempo necesario para mis cumplir mis objetivos, que debía arrancar para aprovechar. Sentía su paso como fluyendo mas que arrastrase por un caprichoso océano de días y horas y gente con obligaciones; y yo observaba, rey y guardián de mi navío, por el sueño perseguido, flotando sobre su superficie.


El sueño va sobre el tiempo
flotando como un velero.
Nadie puede abrir semillas 
en el corazón del sueño.

El tiempo va sobre el sueño
hundido hasta los cabellos.
Ayer y mañana comen
oscuras flores de duelo.

Sobre la misma columna,
abrazados sueño y tiempo,
cruza el gemido del niño,
la lengua rota del viejo.

Y si el sueño finge muros
en la llanura del tiempo,
el tiempo le hace creer
que nace en aquel momento.


La Leyenda del Tiempo - Federico García Lorca




A veces, como azotado por el sueño, pasaba noches enteras sin dormir, ocupado con alguna otra actividad o momento de inspiración al que sencillamente no quería renunciar. A veces, como rendido a su causa, pasaba la mayor parte de mis horas en la cama con mi ordenador, consumiendo mi propio cansancio, cansado de mi inactividad, hasta que la simple necesidad de comida o descanso me obligaba a salir.

Lo viví como un viaje, todo resultaba extraño, no era un simple cambio más en mi vida. Blonde me acompañó durante unas semanas, hasta que me la encontré durmiendo a las 4 de la mañana murmurando que quería volver a ver la luz del sol. Comprendí que quizás era un viaje en solitario.

Una vez estabilizado, descubrí que lo más regular que tengo es un ciclo de unas 26 horas; 16 despierto y 10 durmiendo. Eso significa ir a dormir dos horas más tarde cada día, por lo que cada doce días daba la vuelta al horario. En ciertos momentos de ese ciclo, convivía con mis compañeros de piso y durante otros ni los veía. Al principio les causaba bastante sorpresa, pero nunca les sentó tan mal como a mi vecina del campus, aunque he de reconocer que poner The Doors a las cinco de la mañana a todo volumen no era la jugada más interesante para la buena convivencia estudiantil.

Lo viví como un viaje puntual, y se volvió algo a lo que no quise renunciar. El año siguiente, de vuelta a los estudios, empecé desde el primer dia a entregarme al sueño en vez de forcejear con él. No queria volver nunca al estado de vivir esperando los fines de semana, a maldecir los lunes.

Las semanas, si no los días, se me antojan absurdos.

Me maravillo con que salga el sol cada día por el horizonte, ¿porque iba a querer una vida que me obliga a maldecirlo, a temer la hora de levantarme?




Nuestra organización social esta pensada para una mayor funcionalidad, para obtener el máximo rendimiento. Lo que se olvidaron de decirnos es que el sujeto de esa mejora, el beneficiario de tal organización, no somos nosotros. 

Pueda que nos repercuta individualmente a mejor en bastantes niveles, pero no somos nosotros, es el sistema quien viene moldeando nuestros horarios hasta la estandarización completa, ya no tanto por la utilización de la luz solar sino por el hecho de que con la industralización los procesos en cadena requerían horarios comunes. Nos acostumbran desde pequeños a dormir en intervalos terrible e ilógicamente regulares en la escuela e instituto: medio como parte de nuestra formación de futuros trabajadores, medio para que nuestros padres puedan ir a trabajar en vez de educar ellos mismos a sus hijos.

El mensaje implícito, como siempre, es claro para quien lo quiera ver: si quieres vivir, tienes que seguir nuestras normas.

Incluso los mismos descansos están regulados para que sean vistos como un resort de libertad sin ocupaciones en el que podemos jugar a ser felices pero con el tiempo limitado no sea el caso hagamos algo productivo por nuestra cuenta o nos demos cuenta de que algo así es posible. Los descansos del instituto son mas que suficientes para desconectar (en realidad necesitaríamos diez minutos entre clase y clase) pero solo están pensados para eso, pues no dan tiempo de realizar ninguna actividad organizada ni tiempo de aburrirse en el que nos planteemos buscar hacer algo productivo fuera del sistema. La misma proporción de descansos ocurre en las vacaciones de verano, en las del medio del curso, en las pausas del horario partido español, en los partidos de fútbol, en los anuncios de televisión.

¿Cual es su función? Ofrecer un descanso, poner publicidad. ¿Cual es su limitante? Que sea un tiempo suficientemente corto para que las personas al otro lado de la pantalla no se aburran, cambien de actividad o desarrollen alguna propia; nuestra mente sigue en las pantallas y con el tiempo las acaba aceptando como algo que esta haciendo, como una interacción, en vez de simplemente algo que esta entrando en su cabeza.

Bebemos café durante la semana para estar activos en tareas repetitivas y alcohol los dos días de fin de semana para ser menos conscientes de que odiamos nuestra vida. Durante esos descansos, nos sentimos libres de toda carga, e interiorizada la idea de que nuestros estudios o nuestra faena es todo lo que tenemos que hacer en la vida, damos por supuesto que nada mas tenemos que hacer, básicamente porque nadie nos lo ha pedido como parte de esas ocupaciones oficiales, y dedicamos todo ese tiempo a evadirnos.

Las vacaciones no son un regalo que nos hace la empresa, repercuten en nuestra productividad porque volvemos descansados pero centrados en lo que en ningún momento hemos olvidado es nuestra misión.

En realidad es lo único que queremos, seguridad, creer que nuestros esfuerzos están justificados y no corresponden a perseguir la luna, construir castillos en el aire ni de batir duelos en la oscuridad. 




Aunque solo sea una pequeña parte de mi utopía, dormir a mi ritmo me permite ir a la mía, sentirme bien, y ver el mundo desde doce estados diferentes cuando sigo mi ciclo habitual. A veces, cuando la gente va a trabajar, yo vuelvo de una larga noche de cavilaciones, a veces, me despierto un martes a las siete de la tarde y al amanecer, mi hora de la cena, todo parece fuera de lugar; los coches y las prisas. Otras veces, participo de la psicosis y de la hipnosis colectiva de frenesí, sol y ferrocarriles; ante la mirada atónita de mis compañeros de carrera, que me ven aparecer como un torbellino de actividad y me perciben como un constante desafío a lo que un hombre sensato debe hacer.

Pero lo cierto es que nunca me había sentido tan bien.

Es increíble como tu visión del mundo se tambalea con el simple gesto de obedecer tus propios horarios. No pensaba nada de todo esto antes de emprender este viaje. Precisamente por encontrarse tan integrado en nuestras vidas, nunca me había planteado la importancia capital de los horarios y las prisas. De cambiar una sola norma en tu vida, a partir de tus propias ideas. De golpe, como a tantas otras cosas, lo ves como algo ajeno, como lo que realmente son, una convención fruto de la revolución industrial, que seguimos a viento y marea aunque no se corresponda con nuestra vida personal. Un estado de hipnosis colectiva. Un viaje más, en el que nos vemos inmersos, en una nave redonda y metálica junto siete mil millones de personas, hacia el más profundo vacío interestelar.

Quizás sea solo la desrealización producida por la falta de sueño, quien sabe.

Eso implicaría que realmente lo que estoy haciendo es destruir el sistema de descanso de mi cerebro, pero no me siento como si nada malo le estuviera pasando, todo lo contrario. Ante lo que parece a todos como una insensatez, una rebeldía sin nombre y dios sabe que más, mi cuerpo responde sintiéndose bien.

Quizás eso es lo que sea la mayor revolución de todas, que cambiemos cosas que creíamos allí por naturaleza, descubramos que eran por imposición y alterarlas funcione bien.




Realmente, modificar un sistema regulado de sueño-vigilia con ordenadores y habitaciones cerradas al sol no creo que sea lo más natural del mundo, aunque entonces podríamos entrar en una diatriba de lo que significa exactamente natural. ¿Lo natural es lo beneficioso en un cierto ambiente? ¿Es lo que carece de injerencias externas? ¿Algo carece realmente de injerencias externas? Un hombre en una cueva sin percepción de los ciclos día-noche, duerme en ciclos de unas 32 horas. Un chico de mi edad en presencia de ciclos día-noche, sin luz artificial ni horarios definidos, sigue de forma variable según la situación en ciclos de 24 horas, influidos por la luna y las estaciones del año que hacen oscilar las horas de sueño entre doce y seis al día con una media de nueve y medio.

Entonces, ¿qué mierdas significa natural?

Una persona que consideraríamos con un horario normal, sigue ciclos de exactamente 24 horas, perturbados por los fines de semana, durmiendo siete u ocho horas, aguantado de pie gracias al café y la sobreestimulación lumínica y sonora que inunda ya no nuestras ciudades sino también nuestros propios hogares. Soportando niveles de estrés, una reacción al peligro, de forma constante; lo que nos hace estar alerta.

Un horario regulado puede ser importante para ocasiones particulares, el problema es su uso continuado, como el de la cafeína. Un estado de vigilia reforzado te puede llevar a solucionar mejor un día complicado, un examen, o reaccionar mas rápido al ataque de un oso a tu aldea prehistórica (lo que explica su origen evolutivo, evitar depredadores); pero convivir en perpetua sensación de peligro nos hace antisociales, irritables, ansiosos, depresión, disminución del deseo sexual, insomnio, enfermedades cardíacas, obesidad, con problemas de aprendizaje y en la toma de decisiones (sumisos).

Busca los síntomas del estrés (provocados por vivir en ciudades y el ritmo de vida), y los síntomas de la falta de sueño continuada (provocados por ideas absurdas como la estandarizacion horaria) en la jodida Wikipedia, y tendrás una radiografía casi exacta de los principales problemas de las sociedades modernas occidentales.




Me preguntan con bastante frecuencia:

¿Qué haces cuando estas despierto por la noche?

Vivir, joder, ¿qué quieres que haga?

¿No te aburres?

¿Me estás diciendo que de no trabajar ni estudiar y tener todo el tiempo del mundo para ti, te aburrirías?

La gente no va a trabajar por el dinero.

Es decir, uno se mete por el dinero, pero después son otras cosas. La gente va a trabajar por el mismo motivo que se mete en actividades extraescolares durante la juventud hasta la extenuación. Si tuviesen mas tiempo, se inventarían nuevas obligaciones con las que rellenarlo. La gente va a trabajar para sentirse útil, para dormir por las noches, para que la comida sepa a algo. Se sienten realizados, aceptados por un sistema que te valora en función de lo que pueda sacar de ti. Ven justificada, dignificada su existencia, aparcada su inseguridad patológica. Lo peor que les podría pasar es descubrir cuan extremadamente prescindibles son para el mundo. Trabajan porque así los días se hacen más cortos, trabajan ocho horas porque tienen empleos con cero carga intelectual; pues aunque su faena requiera de esfuerzo de ese tipo igualmente acaba por mecanizarse, por seguir patrones aprendidos.

El simple hecho de observar desde un par de pasos lo que significan los horarios regulares, te lleva a replantearte los puntales de la sociedad, que ya no ves como simplemente industrial, sino absolutamente burocrático, estandarizada y que sigue unas directrices que ella misma desconoce. Esa es la diferencia entre idear o pensar y cristalizar; la sabiduría no se estudia, la sabiduría es la consecuencia de usar tus ideas como mazas, no sombreros; la sabiduría es mujer, y no ama sino al guerrero; parafraseando a nuestro amigo Federico.




Mi madre, tiene problemas para dormir. Se va a dormir temprano, quejándose de que se despierta por lo mas mínimo y que no tiene sueño por la noche. Por la mañana se levanta muy temprano, con un despertador, y eso que no tiene nada que hacer.

Le sugerí: ve entonces a dormir cuando tengas sueño y levántate cuando no quieras dormir más.

Y me miró como se miraría al más loco de los dementes.

Yo a veces no sé si nací en el planeta correcto.

Uno de mis objetivos en la vida es tener un trabajo, o no tenerlo, que me permita ir a dormir y despertarme como y cuando quiera, con el único imperativo de mi cuerpo, mi mente, el sol y la luna.

El problema es obvio; los de la universidad no creen conveniente cambiar las horas de los exámenes, las clases, prácticas y exposiciones según mi cuerpo, mi mente el sol y la luna, prefieren hacerlo según un convenio estipulado por nuestra posición respecto al meridiano de Greenwich, las divisiones angulares de un objeto omnipresente y circular y unas modificaciones que el gobierno de turno va haciendo un par de veces al año para aumentar el beneficio empresarial nuestra calidad de vida. El caso es que, como mínimo una vez a la semana, como en Semana 40, me veía obligado a renunciar a mi libertad para asistir a algo que raramente, por alguna extraña razón, coincide con lo que sería mi tiempo normal de vigilia. Me veía obligado, al equivalente para vosotros de ir a clase o al trabajo a las tres de la mañana, con los evidentes problemas que acarrea.

Y pese a eso, no renuncié.

Las repercusiones sociales son diferentes y bastante limitadas en mi realidad particular de este curso como sabréis si me leéis con algo de frecuencia; realmente no quedaba con casi nadie, y si lo hacia, quedaba cuando coincidía la hora convenida con mi estado de vigilia, lo que por una parte me limitaba aún mas pero me permitía por ejemplo salir a tomar algo por la noche y marcharme a desayunar cuando los otros se iban a dormir, en un estado zen de consciencia poscoital y pleno rendimiento, agrandando mas la brecha entre la gente que salia de fiesta y los que simplemente estábamos despiertos por la noche. Las excepciones fueron por ejemplo cuando fui a ver el Hobbit y me dormí en el cine o cuando iba a casa de alguna chica y me quedaba como un estaquirot en la cama junto a ella hasta que decidía levantarme, conseguir un ordenador y pasarme la noche en vela, ante la incredulidad de sus compañeros de piso recién llegados de fiesta, que me encontraban en perfecto estado de relajación, leyendo casualmente con un café al lado en la mesa del comedor a las cuatro de la mañana.

Buenos días caballeros.
Mnñas díaz.

El año pasado, yo dormía cuando Blonde iba a clase o a comprar o a drogarse o a cocinar o lo que fuese que hacia por las mañanas; venia por la tarde, se quedaba a dormir en mi piso por la noche y cuando ella dormía yo sacaba el ordenador y jugaba al Civilization o veía películas. Lo que surgiese. Daba paseos por la tranquilidad de la vila por la noche, posicionaba el sofá en dirección a la ventana y disfrutaba de la noche escuchando música. Me sentía libre. No solo libre de poder hacerlo, libre de no ser juzgado, o de que me importarse una mierda serlo.




Todos esos problemas no es eran ni remotamente suficientes para que renunciase a mi horario habitual, o a la falta de uno. Sabia, no obstante que seguir mis propias normas, aunque aislado, era una utopía ahora mismo que solo como un lujo podía mantener. El verano acabaría con ese estado, y probablemente también el siguiente curso.

Pero ya nada volverá a ser como antes.

Ya nunca voy a volver a tomarlo como algo natural, de la misma forma que se que no voy a poder estar nunca mas seis horas al día cinco días a la semana en una aula cumpliendo las expectativas de otros, ni ocho horas cinco días a la semana cumpliendo el sueños ajenos.

No, ya nunca voy a poder volver. Tampoco es que me suponga un drama inmenso, simplemente se que es así. Quizás si por necesidad si de mi dependen otras personas, pero a lo que mi respecta, solo necesito techo, un rincón, comida, agua e Internet; todo lujo aparte es renunciable a cambio de la sensación de navegar mas que arrastrarme, sobre las aguas del tiempo y el sueño.




Mis métodos para afrontar las disonancias con el resto de la humanidad son variables, desde intentar inducirme el sueño, hasta emborracharme, o dormir poco o dormir nada. En cualquier caso, acabo allí oscilando entre estados de zombieficacion, episodios de euforia injustificados, desrealización y otros síntomas de la falta de sueño continuada, pues las prácticas son todo lo opuesto a excitantes o divertidas. Esas jornadas siempre terminan con un somnoliento viaje de vuelta y unas doce o trece o catorce horas de sueño al volver a mi particular refugio de hormigón armado. A veces, la simple perspectiva de uno de esos eventos sirve para joderme una semana entero, que me paso más pendiente de ese día de desajustes que voy a pasar que de los tres días enteros anteriores.

Dejando de lado los efectos exactos de la sociedad tecnológicamente moderna sobre el hombre evolutivamente troglodita, no es un secreto concluir que el modo de vida considerado normal, muy basado en los ciclos astrales no es; la luz artificial ha cambiado por completo nuestras costumbres, y donde hace unos pocos siglos la gente dormía porque no había nada que hacer y para combatir el frío que se filtraba por sus paredes imperfectas; ahora nuestros refugios de cemento armado a prueba de radiación son un hervidero de luces, calefacciones, televisiones y actividades de todo tipo.

Lejos de ser un hándicap, la noche se convierte para gente como yo en exactamente un escape a toda esa realidad ajena a la propia y absurdamente sobreestimulada, que impide ver el suelo, que impide sentir el tiempo, volver a lo fundamental.

Heredera de interacción social poco corriente en la vida real, la noche se volvió mi eterno refugio, y luego, en mi medio natural.

Yo, en mi piso de Barcelona, soñaba cuando el mundo latía. Y yo latía cuando el mundo dormía. Ajeno, yo era el guardián de la ciudad, el encargado de ligar la muerte del sol con un nuevo amanecer.





Fin del artículo.



Disclaimer: Este escrito no es una pataleta, ni un llamamiento a una revolución horaria que nos libere del maligno sistema que nos pone una pistola en la cabeza para que nos vayamos a dormir. No, simplemente no funciona así. Ni soy un yo contra el mundo, ni pretendo ir contra ninguna corriente; si durante un tiempo he aceptado esta forma de vida, ha sido porque era acorde a mis propias necesidades, y estas incluyen mi interacción (en este caso leve) con la humanidad. Ahora se en mis propias carnes que mi libertad horaria (pues libertad es un concepto que uso para decir acorde a lo que yo puedo modificar) es algo que defino alrededor de mi provecho, que perfectamente puede cambiar a cambio de ventajas en sociedad. No busco ser libre en el sentido idealista de la palabra, ni que se sientan identificadas conmigo chicas de quince años y usen este texto como excusa para salir de fiesta hasta mas tarde. No es un me da igual lo que piensen de mi, voy a hacer lo quiera igualmente, porque la realidad es mucho mas compleja y lo que piensen de mi influye sobre lo que quiera, me guste o no, lo acepte o no.

El motivo de que escriba esta entrada no es la de denunciar nada; es, en parte, para poder entender mejor las otras entradas, porque me apetecía, a modo de ensayo (si os fijáis tiene la etiqueta correspondiente) para poder comprender el día y la noche, y en parte como una propia justificación. Si mis motivos fuesen quiero esto, pues lo hago, me la suda todo entonces el artículo seria algo no muy distinto a:

Duermo cuando tengo sueño, me levanto cuando estoy descansado, y punto.

Entonces, me sobrarían aproximadamente unas cuatro mil palabras de explicaciones, consecuencias, profundizaciones, prosa y poesia, junto a doce imágenes de la noche y el día con estúpidas estrellitas de fondo.

Quizás sea así.

Imágenes mayormente propiedad de: Stephen Wilkes

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